La cultura ante el mundo que se viene

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La crisis del coronavirus puede suponer una oportunidad para repensar el papel de las instituciones culturales en la sociedad, argumenta el gerente del Institut Valencià d’Art Modern

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Intervención de la artista Carmen Calvo en la fachada del IVAM en septiembre del pasado año

Como en otros ámbitos, el shock de la Covid-19 ha precipitado, también en la gestión cultural, la necesidad de transitar hacia un nuevo paradigma. Y es que en pocos días no sólo ha saltado por los aires buena parte de su programación y objetivos, sino que ha aflorado, con cierta rotundidad, la fragilidad institucional y económica –cuando no conceptual- de un sector tan relevante para la construcción de comunidad como el de la cultura.

Pese a ello, el paro forzoso al que nos aboca la distancia puede suponer una buena oportunidad para que nuestras instituciones redefinan su rumbo, repensando su papel en la sociedad a la que sirven. Sin duda, es difícil aventurar qué ocurrirá tras este golpe, pero todo indica que en la cultura transitaremos de un modelo en buena parte basado en los grandes formatos y afluencias hacia programaciones más pausadas, centradas en la calidad de contenidos y dirigidas no sólo a los públicos de siempre, sino también –y por fin– a alguno más.

Nuevo paradigma

Transitaremos de un modelo basado en buena parte en los grandes formatos y afluencias hacia programaciones más pausadas, centradas en la calidad de contenidos y públicos más amplios

En este sentido, tres son, al menos, los vectores en torno a los cuales podría ser útil profundizar: reforzar nuestra raíz democrática, impulsar nuevas lógicas desde el feminismo y mostrar mayor permeabilidad ante un mundo que requiere de una nueva mirada.

En primer lugar, la mayoría de las instituciones de la cultura necesitan ganar en calidad democrática, especialmente en cuanto a transparencia y rendición de cuentas. Esto no pasa únicamente por publicar cientos de datos en farragosos portales sino que supone, sobre todo, dar voz a una pluralidad de actores incorporándolos, de manera honesta, en los procesos de toma de decisión; en equilibrio entre la necesaria independencia de los gestores y la sensibilidad hacia una realidad cambiante. Mayor transparencia y más voces en el momento de planificar, ejecutar y evaluar nos ayudarán a huir de lógicas verticales incorporando más trabajo en red. De este modo acotaremos nuestras vulnerabilidades institucionales, que como en todas partes también las hay, y la tendencia a la endogamia.

Los ejes

Tres son al menos los vectores en que se podría profundizar: reforzar la raíz democrática, impulsar nuevas lógicas desde el feminismo y mostrar mayor permeabilidad ante un mundo cambiante

Desde las instituciones culturales debe comprenderse que, aunque su campo de acción exceda lo geográficamente inmediato, es necesario abrirse más a los entornos y a las sociedades ante las que responden. Los contenedores culturales, especialmente los financiados con dinero público, deben ser catalizadores de cambio en sus inmediaciones, con más ímpetu en aquellos casos en que la relación entre la institución y su entorno ha estado basada en la negación, cuando no en la generación de heridas. Ha llegado el momento, pues, de dar la vuelta a la situación y propiciar iniciativas de proximidad justas, reforzando vínculos y dinamizando las economías pequeñas y próximas.

Otra cuestión a incorporar, por inaplazable, es la asunción de una mirada feminista de largo alcance en la gestión cultural, lo cual va mucho más allá de programaciones cuya autoría responde a nombre de mujer. Supone, más bien y sobre todo de puertas adentro, promover los saberes feministas en un mundo mayoritariamente integrado por trabajadoras pero que se rige todavía bajo lógicas masculinas. Nos referimos a la generación de conocimiento desde la experiencia compartida y el respeto a la diferencia, la horizontalidad, a ritmos de trabajo mucho más respetuosos y generando espacios –físicos e imaginarios– de cuidados. Estos principios se tienen que convertir en instrumentos tangibles para la gestión de equipos y recursos.

La responsabilidad

Los retos de la contemporaneidad, las desigualdades, la emergencia climática, la precariedad laboral deben ser objeto de reflexión

Por último, debemos reflexionar, con la urgencia y ambición merecidas, en torno a qué contribución puede hacer la cultura al mundo que vendrá. Los retos de la contemporaneidad, lo vemos ahora con más fuerza, necesitan un nuevo enfoque especialmente en cuanto a las inaceptables desigualdades, la emergencia climática o la transición a una economía circular. Las instituciones de la cultura, a través de su capacidad para la generación de narrativas y de acción, tienen ahora más que nunca la oportunidad de resurgir de este parón mostrando, de modo realista, un compromiso decidido en la reconstrucción del entorno global. Una mayor responsabilidad ambiental, combatir la precariedad laboral del sector o propiciar compras públicas sostenibles son algunos ejemplos de intervención.

Es cierto que los esfuerzos de museos, auditorios y teatros están volcados, hoy por hoy, en mantenerse presentes ante la ciudadanía con todo el vigor. Porque la cultura no cierra. Pero ello no obsta para que, una vez superemos las urgencias del ahora, aprovechemos esta oportunidad para repensarnos. En el camino, rebelémonos ante la idea de regreso a una normalidad en la que quién sabe si supimos estar a la altura.

SERGI PÉREZ SERRANO ES GERENTE DEL INSTITUT VALENCIÀ D’ART MODERN, IVAM

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